LA NUEVA BASE POLÍTICA, EL INDIVIDUO COMO «BIEN»

3524659054_88593d62d9_zLa toma de decisiones implica responsabilidad y más si se trata de asumir asuntos colectivos. ¿Quién tiene la facultad de decidir lo que es correcto? Se han consensuado leyes, y se han modificado según necesidades. El tema es que estas necesidades no han sido las de todos.

Cuando no tenemos la facultad de decidir lo que es correcto, tenemos un patrón que nos sirve hasta que somos capaces de generar estas nuevas leyes por nosotros mismos. Me refiero a la Naturaleza, que además, dentro lo que conocemos, es la que tiene más claro los asuntos de convivencia como grupo.

El problema está en que estamos saliendo del concepto de grupo como unidad «fusionada» de nuestra identidad. Nos estamos diferenciando como individuos y esto implica cambios a todos los niveles. Pasamos de un ecosistema con identidad colectiva, donde todo está claro por defecto, a un ecosistema de individuos diferenciados que empezamos a hacer las cosas con intención propia.
Cada aspecto de la multiplicidad que ha tomado «su iniciativa» está reconocido y por lo tanto regulado para que la convivencia sea posible.

Son nuestros inicios en el libre albedrío, hemos tenido que re-inventar esta regulación pues la realidad ha diferido enormemente de sus inicios simbióticos naturales, e incluso re-definida, de lo que tendría que ser.

Pero el reto va a más… Pues definir las bases políticas de una sociedad de identidades individuales, implica fusionar dos principios que son aparentemente contrarios, la privacidad de cada identidad diferenciada y el colectivismo de la sociedad, que aunque individuos, juntos somos otra forma de ecosistema.
Esto implica un cambio radical. Y ha de hacerse, pues la colectividad ya no se sostiene como forma «rebaño».
Saber conservar lo que hemos aprendido como naturaleza es lo que nos queda como colectivo. Y que va a ser en una forma diferente, aunque conservando lo que continúa existiendo mientras convivamos en el mismo espacio: la simbiosis.

El aspecto individual se fundamenta en la misma acción. La politología grupal (rebaño) fomenta la persistencia en la conducta animal, una etapa que debe trascenderse, aunque no desde el extremismo de una individualidad jerarquizada y sometedora. El punto medio no está en los extremos, el mismo desarrollo nos lo pide. La igualdad la conservamos en la simbiosis, y luego está la privacidad en nuestra particular manera de gestionar nuestra acción individual, lo que simplemente, nos hace individuos.

El cambio vendrá en el momento que sea reconocida nuestra facultad potencial individual. Un Ser Humano como «bien» es el resultado de trascender el mismo concepto de bienes de la sociedad, algo que cae por su propio peso, si el mismo individuo empieza a considerarse a sí mismo como valor. El verdadero poder está en ello, aunque lo veamos todavía un poco lejos de la realidad conocida. La necesidad evolutiva es evidente y evidencia su propósito en la identidad diferenciada de cada uno, que demanda la gestión individualizada como acción de desarrollo.
Entonces, cualquier gobierno que exista como tal debe favorecer este paso. Dejar de ser la «madre» que nos conduce por el camino de la vida.
Pero, ¿estamos preparados para ello?

El concepto político se generó desde el inicio de la individualidad, una ruptura con el principio simbiótico puro de la Naturaleza que nos adentraba en la primera expresión del libre albedrío, a través del desarrollo de la mente más básica (diferenciadora). Los inicios pueden ser duros cuando el principio de racionalidad (de ración, diferenciar…) intenta controlar la animalidad. Las normativas sociales eran una solución, y los más adecuados para realizarlas eran los que ya habían trascendido a esa etapa. Sabios, individuos que conocían las leyes de la Naturaleza y estudiaban su evolución adaptándolas a nuestro desarrollo, sin dejar el principio simbiótico, la constante de nuestra existencia.

La política como estado es un asunto que nace del mismo concepto. La necesidad de imponer límites que sigan el proceso de diferenciación, sin caer en el error de que derive hacia la separatividad, se ha convertido en una línea muy fina que no se ha sostenido. Diferenciar no es separar, sino definir, dar identidad diferenciada, un acto natural en la evolución que debemos aprender si queremos mantener la constante simbiótica.
Los «limites territoriales» diferenciativos representan la identidad, algo que podemos ver diferenciadamente en cada entidad si nos abrimos al concepto que supone. El planeta, los continentes, países… Individuo. Para crear relaciones necesitamos que esta diferenciación esté definida. Un país es un «equipo» de individuos donde cada uno ahora podemos reconocernos como bien, si queremos llegar a la integridad como país.

El estado es algo «parado», es una finalidad, es identidad, pero como concepto no trasciende. Tal y como lo conocemos, es algo para un tiempo. Os preguntaréis entonces… Si la identidad como vida continúa en la «agregación» de materia (átomos que forman moléculas, moléculas que forman células, células que forman organismos…) la finalidad sería un estado mayor, la unión de pueblos. Como vida sí, pero la vida ya existió y existe como un único estado, que es la más firme identidad colectiva que hemos conocido (representada en la Naturaleza). A partir de la vida, el desarrollo continúa en la conciencia y en sus inicios lo hace a través de la diferenciación, y es en este mismo acto que empezamos a saber qué es. La mente es su vehículo, la atención hacia los matices diferenciados de un territorio antecede a su consideración como identidad. Y no es involución, porque el vehículo considerativo es la información como tal. Es la manera de llegar diferenciadamente a algo sin destruirlo.

La relación entre dos pueblos bien diferenciados genera intercambios ricos, íntegros y productivos. Es simbiosis. El estado es una identidad y como tal evoluciona, ha de llegar a definir sus límites territoriales. La integridad se va generando y pasa por todas las formas necesarias antes de completarse. La identidad es el poder de un pueblo, es su vector definido, su propósito en el «ecosistema» mundial. Podemos ver correspondencias en la materia viva, por ejemplo en la célula. Su membrana, el límite que la define la protege y es donde genera los intercambios con el exterior. Y en un sistema mayor como es un individuo, lo mismo, nuestros límites, donde generamos intercambios, nuestra identidad biológica diferenciada, representada por nuestro sistema defensivo.

Mientras a un país le falte integridad necesitará existir como estado. La integridad es una forma evolucionada de este, que todavía no existe ni en el imaginario social.
Parece que nos quede mucho camino por hacer, y sí, queda, pero todo empieza en un concepto que vemos claro y que empezamos a «dar tiempo» en nuestra cotidianidad. Considerar al individuo como bien es el mayor acto de igualdad sin dejar la privacidad de su valiosa individualidad, pues no existe integridad si se excluye cualquiera de ellos.
Meritxell Castells 31/7/2014

 

photo credit Werner Kunz

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