Derecha o izquierda, son dos caras de la misma moneda si se mantienen en la dualidad del «ojo por ojo». El que realmente considera a un pueblo se centra en su progreso, y no en sobresalir criticando a su considerado adversario. Esta conducta, típica de la fase animal persiste. No quiere decir que no debamos considerar a nuestro
erróneamente llamado «oponente». Si es necesario, podemos marcar unos hechos sin juzgar. El bienestar del pueblo es una intención común. En el momento que un partido centra su atención en su competidor y no en el desarrollo de las gentes del país a quien representa o quiere representar, está mostrando que no es apto para su labor.
La lucha entre dos «bandos» es una representación de la dualidad que vivimos en la primera fase del desarrollo de la mente, en la que definimos nuestra identidad.
Nos diferenciamos para distinguir lo que somos de lo que no somos, algo que vivimos como diferencia y la llevamos al extremo, hasta que aprendemos a transformarla en riqueza de intercambios. En este momento ya podemos distinguirnos pues tenemos una identidad diferenciada. Ya no somos parte del «rebaño» social, luchamos para distinguirnos, para ser una sociedad de individuos cada uno con su particular identidad.
Este «evento» en el desarrollo de la realidad cotidiana política se manifiesta igual, aunque en este caso la lucha es entre las ideologías diferenciadas como izquierda y derecha, también pasando por su proceso de identidad, para llegar a expresar sus fundamentos con una intencionalidad u otra.
Así pues, pasar de la dualidad separatista a una entidad con valores esenciales es un reto para cualquier persona y partido político.
La dualidad mantiene las clases sociales, pues define desde la separatividad dando prioridad al concepto desde la perspectiva animal todavía latente, que mezclada con la racionalidad, genera este tipo de conducta específica. Para que me entendáis, es la manera más primitiva de diferenciarnos, salir del rebaño destacando, aunque ello comporte llevar la competencia con el otro al máximo extremo. Tu «fortaleza» entonces existe porque hay alguien más endeble que tú. Sin ser conscientes, ambos defienden los mismos valores, manteniéndose en un «ojo por ojo» hasta que alguno deja de alimentar esa dinámica y decide crear su propia solidez.
Un ejemplo de esta dualidad es el bipartidismo, que se mantendrá hasta que el pueblo empiece a valorar los asuntos por encima de ello, cuando su dirección externa se centre en el desarrollo simbiótico y no en la competencia. Lo que marca es la voluntad, si miras hacia el otro para definirte como competencia, o lo miras como alguien diferente con quien expresarás un provechoso intercambio.
El problema está en la persistencia de esta conducta animal, un asunto que en muchos va avanzando al tratarse de algo que ya vivimos desde la familiaridad, que parte de una inercia a seguir manifestándose si no hacemos algo para evitarlo.
Independientemente de la ideología específica de la izquierda o de la derecha, encontramos la identidad política, una entidad que aporta el principio de identidad gestora de los asuntos comunes de un país, y que además, exista o no la necesidad del pueblo a que esto sea así, la evolución de dicha entidad ha de comportar una evolución en sí misma, para llegar a expresar sus funciones de una manera simbiótica. Evidentemente que el pueblo condiciona, pero cada uno debe ocuparse de su parte.
La dualidad mantiene las clases sociales, pues define desde la separatividad dando prioridad al concepto desde la perspectiva animal.
La conducta dual se mantiene en la deficiencia del desarrollo mutuo. Un pueblo que no quiere asumir su individualidad y un gobierno que no quiere liberar su expresión mediocre y caducada del poder.
Entonces, ¿cómo sería una identidad política evolucionada?
La Voluntad es la que marca la dirección, y es algo que cambia cuando uno quiere. Tras el desarrollo necesario aparece la necesidad, que al no realizarse, automáticamente pasa a ser un acto de corrupción, como todo lo que se sale de su expresión justa. Así pues, un partido político que mira al pueblo no necesita criticar para sobresalir. Tiene la integridad para demostrar en sí mismo su fortaleza y sus principios. Su interés es hacia todos, pues mira con simbiosis, y con respecto a lo que antiguamente llamaba su oponente, que ahora es alguien igual que él… Alguien que, si mira al pueblo como él lo hace, aceptará la elección del pueblo, y que sea elegido el que trabaje con la ideología más afín a las gentes a las que representa. Está claro, la dirección de su flecha es hacia el desarrollo y no hacia la guerra por sobresalir para conseguir sus fines, sea delinquir, ganar imagen, orgullo u otra necesidad de esta etapa «racional-animal».
La política evolucionada está por encima de sus prejuicios. El que mira a una sociedad, la eleva, llevándola a su libertad individual por encima de todo.
Meritxell Castells 17/8/2014
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Muchas gracias Víctor 🙂 Por supuesto que voy a mirar tus artículos. En cuanto a las órdenes, cada uno es amo de sí mismo. Compartir desde la simbiosis es mi propuesta.